viernes, 9 de enero de 2015

Amor y Pintura

Así se titula el proyecto de Alex Esguerra, artista nacido en Nueva York de body art en la actualidad. Alex Esguerra sacude el mundo de los retratos al producir pinturas que celebran el amor y el arte al representar a parejas teniendo sexo sobre un lienzo. 

El proyecto Amor y Pintura de Alex Esguerra es una celebración del amor y el arte. La idea nació porque el artista quería capturar el acto físico de hacer el amor sin recurrir a tecnologías como la fotografía o grabaciones, explica: “Después de la experiencia que tuve una noche me pregunté: ¿Sería hermoso? ¿Qué pasaría si esto se hiciera con pintura? ¿Contaría una historia? ¿Sería abstracto? ¿Sería una gran experiencia?”


La experiencia fue un encuentro casual con una mujer que conoció en una noche de fiesta. A la mañana siguiente, cuando ella se había marchado el artista vio el desorden creado por ambos. Intentó recordar qué había sucedido, en dónde habían estado sus cuerpos y cómo habían interactuado, fue así que quiso entender la relación entre el cuerpo humano haciendo el amor y el espacio que nos rodea. 

Fue con esa idea que comenzó a incluir a otras parejas en su arte, al inicio eran principalmente amigos, o amigos de sus amigos, compañeros y vecinos. El artista los llevaba a su estudio donde les explicaba el proceso, les mostraba las pinturas (que no son dañinas o nocivas) y los dejaba a lo suyo -el resultado era hermoso-. 


Antes de empezar el artista les da algunas indicaciones a las parejas, les hace algunas preguntas sobre su relación y deja que la experiencia sea un poco como terapia. Les explica que no deben usar mucha pintura desde el comienzo porque se seca y les hace recomendaciones en cuanto a posiciones. 

Tampoco deja que se preocupen por lo que están haciendo, se trata de que sea un acto natural, por lo que los deja en la oscuridad con la posibilidad de usar algunas velas, de manera que no deben sentir que están pintando sino sentir que hacen el amor de una forma nueva disfrutando las texturas y sensaciones para que sea una experiencia sensual, amorosa, divertida y hasta tonta. 

El artista siente que después de tantos años de trabajar en el proyecto, al fin puede descifrar algunas cosas de las parejas. Las parejas que llevan mucho tiempo recurren a las posiciones que funcionan mejor para ellos, mientas que las parejas nuevas brinca de una posición a otra. 

El proyecto tiene pinturas por parejas de todas las edades, desde jóvenes de 18 años hasta un hombre de 70 años y su pareja de 57. 

Alex Esguerra recuerda que uno de los momentos más memorables fue cuando recibió un correo de una mujer: “había sido violada y las pinturas fueron la primera vez en años que había podido ver el sexo como algo hermoso otra vez, porque su experiencia había sido tan traumática. Esa historia me llegó al corazón, aún no he podido lograr esa pintura pero espero que algún día pueda hacerlo.”

Por el momento el pintor está trabajando en el documental que ha estado filmando desde el principio del proceso. Lo ve cómo una oportunidad de fomentar la creación en otras personas “mostrarles que si tienen una idea, pueden documentarla, seguirla y simplemente hacerla”. También trabaja en un kit que pueda enviar por correo a parejas en todo el mundo, ya que muchas veces no es posible que aquellos que quieran participar vayan a su estudio. Finalmente, exhibirá su trabajo en Londres. 


En un principio no sentía ningún tipo de atracción por el body art, incluso después de haber conocido ciertas obras en la asignatura, pues no terminaba de entenderlo. Esto se debía a que no había encontrado ninguna obra que realmente hubiese llamado mi atención. Esto cambió cuando después de leer casualmente esta noticia en Facebook investigué más sobre el autor y encontré muchas de sus obras en Tumblr (otra red social de fotografías) y me enamoré de su proyecto pasando a ver el body art realmente hermoso. Me gustaron mucho las obras de “Amor y Pintura”, en especial la siguiente, quizás por los colores y las formas de la misma. 






lunes, 22 de diciembre de 2014

Movimiento

Enrico Ferrarini, 1987 nacido en Modena. Autor de esta escultura. A mi gusto, espléndido. Consiguió lo que anteriormente muchos autores como Eadweard Muybrigde y Giacomo Balla buscaban con empeño mediante la fotografía y la pintura, en una escultura: la representación del movimiento.












Encontramos este ejemplo fotográfico de Gjon Mili en estas fotografías, hechas todas con un estroboscopio, técnica que usó mucho este fotógrafo.  











DALE AL PLAY


La música se define como el arte de organizar sensible y logicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, mediante la intervención de complejos procesos psico-animicos.

Para mi la música es algo esencial en la vida.Es increíble ver como la música acompaña el estado de animo, como es capaz de definir el estilo de una persona, y lo mejor de todo como es capaz de unir a personas que aparentemente no tiene nada que ver. Me encanta ver a la gente en los conciertos apasionada por una misma persona o grupo, como disfrutan y se dejan la voz.

Hay gran variedad de estilos de música: pop , rock, hip-hop, indie, reagge, electrónica, jazz , opera..., cada uno uno hecho para un tipo de personas y un momento distinto.

La música te hace compañía cuando haces largos viajes, cuando vas caminando solo por la calle, cuando estas haciendo trabajos, cuando vas de fiesta, cuando tienes un buen día o no tan bueno, simplemente cuando tienes ganas de bailar y cantar locamente, así que cierra lo ojos y evadete a tu mundo escuchando lo que mas te gusta.

La vida tendría que ir acompañada de una banda sonora como las películas.



lunes, 15 de diciembre de 2014

PU
BLI
CI
DAD

Escalofrío

Hay ciertas cosas que, de vez en cuando, me producen un escalofrío. Creo que, llevado a mi persona, sería el equivalente a "sentir mariposas en el estomago". Es un frío de lo más agradable que me recorre ascendente desde la altura de las rodillas aproximadamente y se propaga por el resto de extremidades de mi cuerpo, haciendo que se me contraigan ciertos músculos, que se me detenga la respiración para posteriormente acelerarse y que se me erice la práctica totalidad de los poros de mi piel. Ocurre eventualmente y cuando lo hace es síntoma de que la cosa que lo ha provocado trasciende en mí. Aunque no deja de ser una mera reacción química hormonal propiciada por mi mente.
El monopolio de esos escalofríos lo domina la música, principalmente porque es el estímulo al que más recurro en mi día a día. Me suele pasar, por ejemplo, cuando escucho los dos últimos minutos de la obertura 1812 de Tchaikovsky. Me sucede viendo películas y series, leyendo, en una conversación, caminando por la calle, o también me los producen ciertas personas. Además la arquitectura tiene un gran efecto evocador, recuerdo que uno de los chutes más fuertes fue cuando visité por primera y única vez el Pabellón de Mies hace un año.

Bueno, todo esto viene a que, el pasado viernes, me hallaba en la puerta del Museo de Bellas Artes de Valencia, sentado solo en los escalones circulares de su entrada esperando a que el grupo moviera, muerto de sueño y desgana. Esa mañana había tenido una corrección de proyectos por la cual - no es ella la culpable, siendo francos, sin yo y mi mala organización - había dormido unas tres horas. Cuando un amigo me dijo que no pensaba ir a la visita me dio la excusa perfecta para autoconvencerme y saltármela en favor de la tan necesitada siesta, pero entonces me recordó que en el blog hacía más de una semana que sus entradas estaban publicadas, a diferencia de las mías, y dicha visita podría ser una aprovechable fuente de inspiración.
Total, que allí estaba yo, al borde del colapso, preparándome para afrontarme a una pequeña muestra de uno de los museos con mayores fondos de España.

Al entrar me sorprendió el gran espacio que se abría bajo la cúpula, me sigue intrigando si los puntos que destellaban eran pequeños orificios o meros reflejos de algún foco. La primera sala a la que pasamos, esa que tiene una disposición tan simétrica, me pareció interesante. Me recordaba a una catedral, en la que los planos ortogonales a la vista eran los pilares que componían la nave central y el cuadro de gran formato del fondo era el retablo que se alzaba sobre el altar. El contenido de la sala no me lo pareció tanto.
No quiero que parezca que menosprecio a todas aquellas tablas góticas, la profesora hablaba de su gran calidad y la maestría de la técnica, de las cuales no dudo, pero todas aquellas piezas no conseguían despertar en mi ningún ápice de interés y la lucha interna entre la intención de prestar atención y el no cerrar los ojos se hacía cada vez más ardua.

Al subir al segundo piso las obras me parecieron más sugerentes, debe ser que la pintura religiosa no es mi mayor fetiche. La visita proseguía e íbamos desplazándonos por un pasillo por el que entrábamos y salíamos de salas de diferentes colores. El cambio de época y la mayor variedad de temática funcionó al principio, pero al poco rato parecía que mis párpados empezaban a tener vida propia e incluso empezaba a caminar de una forma un tanto inconexa, a saber que imagen estaba dando a mis compañeros. Para colmo, en el centro de cada sala habían unas butacas rojas de terciopelo que parecían tan blandas y sugerentes que no me atreví a probarlas por miedo a caer redondo.

Decidí descolgarme del grupo y empecé a pasearme de sala en sala accediendo sólo a las que me llamaban más la atención, un poco buscando también el movimiento para mantenerme activo. Vi cosas bastante interesantes. Me llamaron la atención ciertos cuadros que he buscado en la web del museo para citarlos pero solo he encontrado este: SAN SEBASTIÁN ATENDIDO POR LA VIUDA IRENE Y SU CRIADA, Matthias Stom (1600 - c. 1650). Me gustó uno en el que aparecía una virgen sobre un fondo muy colorido y sicodélico, un retrato de una mujer en el que aparecía una calavera sobre la mesa, uno en el que se apreciaba el cráneo abierto de un hombre que yacía en el suelo muerto mientras detrás de él sucedía una especie de disputa y los trazados de las alfombras de los retratos de varios generales.

Leí un cartel a lo lejos en el que aparecía escrito "Goya" y un pálpito me llevo directo hacía allí. A parte de en la fundación Miró y la Tàpies, que tuve la oportunidad de visitar en el mismo viaje que el Pabellón, nunca he visto en persona las obras de un maestro renombrado, y a Goya uno lo conoce incluso antes de haber cursado HAR. Al llegar a la sala, contemplé sus obras con el respeto que un pintor de tal calibre se merece, me resultaban familiares, aunque juraría no haber visto ninguna antes. Seguía necesitando tener que moverme...
Entré en varias salas más, en el folleto que nos habían dado al principio aparecía anunciado un autoretrato de Velázquez y me dirigí en su búsqueda para tachar uno más de mi lista, pero justo estaba cedido en una exposición itinerante y continué vagando por el museo.

De repente me topé con un cartel que me indicaba el comienzo de la "Sala Sorolla" y seguí sus indicaciones. Ya había visto algo de Sorolla, los grandes lienzos que trajeron desde Nueva York hace ya bastantes años. Mi madre me llevó, pero lo recuerdo difusamente: colores de lo más dispares, tonos vivos, rojizos, claros y brillantes.
Una vez dentro, el primer cuadro me gustó, y mi agrado fue en aumento con cada pieza. Empecé a detenerme en cada una, a cada cual más tiempo. Contemplaba los rostros que este señor había pintado, rostros llenos de vida, que te miraban en su mayoría con una vaga sonrisa y sino con un gesto más solemne, pero todos ellos con una grandísima expresividad. Eran fotografías desenfocadas, no pinturas, eran retratos difusos de personas reales, no parecían sacadas de la mente de alguien, sino que cada habitación, cada paisaje, cada personaje, había existido y que cada cuadro era el reflejo verídico de esa existencia. De repente no pude evitar detenerme a contemplar cada una de sus obras y me obligué a darles una mínima franja de tiempo para poder absorber lo máximo posible, además de leer las historias y poder entender con mayor claridad qué relación habían tenido esas personas con el autor y poder, a su vez, ir conectando datos de su vida. De repente, al acceder a una de las salas en las que se dividía la exposición y torcer a la derecha, escalofrío. Cual flechazo de película romántica barata (seguro que tenía la misma cara melosa que el hombre pone la primera vez que ve a la mujer sobre la cual girará la repetitiva trama), apareció ante mi una estampa de dos niños, niña y niño, los hijos de Sorolla, montados en un caballo sobre un fondo arbolado, vestidos con la indumentaria tradicional valenciana, con la cabeza levemente inclinada y la mirada al frente.

No es que sea un amante del folclore de la tierra, ni que considere mejor esta obra que las otras del pintor o del museo, simplemente trascendió en mí esa imagen, por alguna razón, me llegó, y produjo esa sensación tan agradable que hasta el momento ninguna de las pocas obras de arte que he visto había conseguido transmitirme.

Otro punto culmen fue con un autorretrato del autor, uno en el que aparece mirando "escrutador" - así decía el texto - al espectador. Y tan escrutador. El pintor me miraba con una mueca que aparentaba tornarse sonriente y una mirada penetrante con la que parecía meterse en tu mente y conocer todos tus secretos. Me llamó la atención, al acercarme un poco, que la oreja del pintor estaba pintada con tonos rojizos. No con los rojos con los que aparecería una oreja sonrojada, sino algo realmente llamativo, un color poco natural que debería desentonar en el conjunto pero que a su vez no lo hacía, se mimetizaba totalmente como si tuviera que ser ese color y no otro. Entonces me acerqué aun más, hasta estar los suficientemente cerca como para apreciar como esa imagen tan real que parecía una fotografía a varios pasos se había tornado en un cúmulo de pinceladas inconexas y poco definidas, manchurrones de colores no tan semblantes como parecía desde la lejanía, una forma amorfa que bailaba borrosa y difuminada por el lienzo, pero que contaba con una delicadeza absoluta, como si fueran caricias las que hubieran impregnado la pintura. Al alejarme lentamente, ese conjunto de colores que no parecía tener del todo sentido iba cobrando forma a cada paso, y la oreja roja volvía a formar parte del pintor y la pintura formaba parte de mí.


Ya no tenía sueño.


Exposición

Esta exposición está formada por obras de alumnos de la Escuela de Bellas Artes de la UPV, Valencia. Los cuadros están expuestos en las galerías del Colegio Mayor Galileo Galilei durante un tiempo de dos meses, de los cuales, todas sus obras, están a la venta.



Están colocadas en una pared de piedra amarillenta, con dirección curva, de modo que el camino te va dirigiendo hacia los cuadros. La exposición está montada por orden de autor.















Las primeras obras, son cuadros de acuarela, lápices de colores, rotuladores y collage sobre lienzos de cartón, todo de materiales reutilizables. Su contenido es básicamente dibujos imitando a los de un niño pequeño.





















En segundo lugar, la exposición está compuesta por esculturas cerámicas pintadas sobre láminas cuadrados a modo de azulejos. Están muestras formas más finas y alargadas, de cualquier modo abstractas. Van en conjuntos de entre cuatro y cinco piezas.





































Las cartelas donde están los nombres de los autores son muy sencillas, a lo que nos encontramos porciones de cartón como soporte de láminas de papel donde se encuentra el nombre del autor, de la obra y su referencia. Aún así muchas de estas obras recogían una paleta de color muy llamativa e interesante.






Personalmente no me agradó mucho la primera parte de la exposición, pues mi primera reacción fue pensar que se trataba de la exposición de dibujos infantiles, a lo que después vi la procedencia de sus autores. No obstante, la segunda parte si me resultó interesante y más amena (las esculturas laminadas).











Vacaciones en Lanzarote


En ambas fotografías aparece fotografiado un fragmento del paisaje del Parque Nacional de Timanfaya en Lanzarote, Canarias. Como bien se aprecia, apreciamos un paisaje árido y extenso muy similar al de un desierto, no obstante, es un paisaje volcánico. 



En las dos imágenes aparecen camellos. La primera imagen se enfoca únicamente en el paisaje, pues estos aunque aparecen como el primer elemento en la fotografía, no son el eje o foco central de la imagen. Aparecen como un elemento secundario, ofreciendo protagonismo a las montañas  del lugar; están subiendo una de las pequeñas montañas del Parque. 


Compositivamente dividimos esta imagen en dos por un eje horizontal en el centro de la foto que divide el celaje sin ninguna nube en la parte superior, y el terreno árido y desértico en la inferior. Además, observamos una perspectiva aérea muy clara distinguiendo los colores de las montañas del fondo. 







Sin embargo, en la segunda fotografía, continuamos en el mismo paisaje, pero a diferencia de la anterior, esta vez el primer plano es ocupado por un camello ubicado de espaldas y recortado en la imagen. En esta ocasión, el celaje solo ocupa un tercio de la imagen. 



Cabe decir, que luz es muy clara en ambas fotografías por lo que no existe mucho contraste de sombras y sí un color más bien uniforme. Las manchas en el suelo no son sombras, es el color del terreno.





Ambas fotos fueron tomadas por mí en mis últimas vacaciones dentro de Canarias, en el verano de 2014.